Estar de pie en viejos y exquisitos monasterios, con los brillantes rayos del sol sangrando a través de las grietas y entresijos de los muros milenarios, y un olor a salvia tan sereno, se siente como el cálido abrazo de la paz y la calma, incluso en medio de una multitud. Esta sensación indescriptible es algo que sólo experimentarás cuando entres en el hermoso monasterio de Batalha.
Construido a finales del siglo XIV, el Monasterio de Batalha fue la gran ofrenda del rey Juan I, un agradecimiento tallado en piedra a la Virgen María por su improbable victoria en la batalla de Aljubarrota. En las sagradas salas del monasterio yace su hijo, el príncipe de Portugal que impulsó una nueva era de exploración marítima y marcó el curso de su historia: el príncipe Enrique el Navegante.